Análisis y reflexión10/09/2025

El eco de las llamas: Cáritas junto a los pueblos heridos por los incendios

Los incendios que este verano devastaron el noroeste peninsular no solo arrasaron montes, casas y tierras de cultivo. Dejaron también una herida invisible en quienes tuvieron que huir apresuradamente, en los que vieron perderse entre cenizas la historia de sus familias, y en los que lloran la ausencia de sus seres queridos. El paisaje ennegrecido es solo la superficie de una tragedia que afecta al corazón de las comunidades.

Consciente de ese dolor, el presidente de Cáritas Española, Manuel Bretón, acompañado por su jefe de Gabinete, Pedro Barquero, dedicaron dos jornadas a visitar algunos de los lugares más castigados en las diócesis de Astorga y de León. Allí, junto a los equipos directivos de Cáritas Diocesanas de Astorga y León, el administrador diocesano de Astorga, Francisco Javier Gay, y el obispo de León, Luis Ángel de las Heras, pudo comprobar la magnitud de la catástrofe y, sobre todo, escuchar la voz de quienes vivieron el horror de las llamas.

En Palacios de Jamuz, Quintana y Congosto, en la Maragatería, el dolor es doble. El fuego se llevó casas y cultivos, pero también dos vidas: las de Abel Ramos y Jaime Aparicio, jóvenes vecinos que intentaron frenar el avance del incendio para salvar su pueblo. Su gesto de generosidad y valentía quedó grabado para siempre en la memoria de sus familias y de toda la comunidad. “Es como si nos arrancaran un pedazo del alma del pueblo”, expresaba una vecina con lágrimas en los ojos.

Los días de evacuación fueron especialmente duros. Desplazados a Astorga, los habitantes encontraron cobijo en el Seminario y en el pabellón municipal, donde Cáritas de Astorga acompañó sus miedos e incertidumbres. La gratitud hacia ese apoyo cercano volvió a salir en cada encuentro con los responsables de Cáritas Española.

El drama se repite en otras comarcas, como Valdeorras, en Ourense, donde el fuego borró iglesias, arrasó viviendas y redujo aldeas enteras a cenizas. En Cesures y en San Vicente de Leira, los vecinos relatan cómo huyeron entre explosiones de fuego que caían sobre los tejados. Una mujer compartía su desgarro: “He perdido la casa familiar, donde estaban todos los recuerdos de mis padres. Es como si los hubiera perdido por segunda vez”.

 

También en León las llamas dejaron cicatrices imborrables. En pleno agosto, la Montaña de Riaño y Mampodre ardió durante días. En Barniedo y Portilla de la Reina hubo evacuaciones y miles de hectáreas calcinadas. Quien regresa ahora se encuentra con montes ennegrecidos y un olor persistente a humo que recuerda lo vivido. “Cuando me evacuaban pensé que era un adiós definitivo a mi pueblo”, contaba una mujer entre sollozos.

En cada lugar, los equipos de Cáritas escucharon relatos atravesados por la angustia: familias que temieron perderlo todo, vecinos que dudaron si volverían a ver con vida a los suyos, comunidades que sienten que parte de su identidad quedó atrapada en las llamas. Aurora Baza, directora de Cáritas Diocesana de León, lo resumía con claridad: “El dolor material es evidente, pero el emocional pesa tanto o más”.

Frente a esta realidad, Cáritas reafirma su compromiso de acompañar a los afectados no solo en lo inmediato, sino en el largo camino de reconstrucción que tienen por delante. “Queremos que sepan que no están solos”, subrayaba Manuel Bretón. Ese compromiso se traduce en escucha, presencia y apoyo humano, porque la esperanza también se cultiva desde lo sencillo: estar al lado de quien sufre.

Lo recordaba también Inmaculada del Peso, directora de Cáritas de Astorga: “La cercanía es ahora lo más importante. No vamos a perder el contacto con estas familias”. La experiencia de emergencias recientes, como el volcán de La Palma o las inundaciones de la DANA, ha demostrado que estar junto a las comunidades es la mejor forma de sanar heridas.

Más allá de la devastación material, los incendios han dejado un duelo íntimo y profundo. Vecinos que sienten que el fuego no solo consumió su casa, sino también una parte de su historia. Ante ese vacío, Cáritas quiere ser compañía, apoyo y esperanza. Porque las cicatrices de la tierra se podrán regenerar con el tiempo, pero las del alma necesitan del calor humano para volver a latir con fuerza.